En el primer momento el muchacho no supo qué hacer de su presa. Sólo se preocupaba de agitar el cazaraariposas hacia uno y otro lado para que el duende no estuviera tranquilo y evitar que trepase.
Cansado el duende de tanta danza, le habló para suplicarle que le devolviera la libertad, alegando que le había hecho bien durante muchos años y que por ello debía dispensarle mejor trato. Si le dejaba en libertad regalaríale una antigua moneda de plata, una cuchara del mismo metal y una moneda de oro tan grande como la tapa del reloj de plata de su padre.
El muchachp no encontró muy generoso el ofrecimiento; pero le tomó miedo al duende después de ténerie en su poder. Dábase cuenta de que ocurríale algo-extraño y terrible, que no pertenecía a su mundo, y no deseaba otra cosa que salir de la aventura.
Así es que iro tardó en acceder a la proposición del duende y levantó el cazamariposas para que pudiera salir de él. Pero en el momento en que su prisionero estaba a punto de recobrar su libertad ocurriósele que debía asegurarse la obtención de grandes extensiones de terreno y de todo género de cosas. Como anticipo, debía exigirle, por lo menos, que el sermón se le grabara sin esfuerzo en la cabeza.
— ¡Qué tonto hubiera sido dejarle escapar! — se dijo. — Y se puso de nuevo a agitar la red.
Pero en este mismo instante recibió una bofetada tan formidable que su cabeza parecíale que iba a estallar. Primero fué a dar contra una pared, después contra la otra y, por último, rodó por los suelos, donde quedó exánime.
Cuando recobró el conocimiento estaba solo en la estancia; no quedaba ni rastro del duende. La tapa del cofre estaba cerrada; el cazamariposas pendía como de costumbre junto a la ventana. De no sentir el dolor de la bofetada